martes, 29 de noviembre de 2011

Cuando se cierran las puertas, se abren ventanas.

Cuando cúlmino el baile, Nicolás comenzó a desnudarse. Tiró hacia un lado la chaqueta y continuó desabrochandose la camisa, su barriga liberada de los botones que la constreñian pareció restallar entre la corbata, aún en su sitio, y el áldón de la camisa inserto en los pantalones.
Nicolás parecía felíz, deshizo el nudo de la corbata y comenzo a hacer el helicóptero sobre su cabeza, salió volando hacia los atónitos espectadores, le siguió la camisa que dejó, ya, totalmente al descubierto su camiseta imperio, comprada por su mujer en el Minimum.
-No me hagas esto... por favor, Nicolás. -Su mujer siempre lo llamaba con el nombre entero cuando tenía algo serio que decirle.
En ese momento, Nicolás se quitaba uno de los zapatos ayudado por el otro pie. El público empezó a calentarse y coreaban la siguiente prenda. Desabrochó su cinturón y tiro de la hevilla, como una serpiente larga y negra recorrió su cintura coleteando entre las travillas.
-¡El pantalón!, ¡el pantalón! - gritaban los asistentes al improvisado streetease.
Y Nicolás comenzó a desacerse de los botones de su pantalón y descorrió la cremallera. Su mujer había dejado de llamarle y permanecía llorando con las manos en la cara. Casi pierde el equilibrio cuando se estaba sacando las perneras por los pies.
Lo había previsto todo en casa, y su slip, ni era de los más nuevos, ni el más discreto. Se puso con los brazos en jarra, desafiando al público que por un momento se quedo callado. Empezó a subirse la camiseta candenciosamente mostrando su barriga de 6 meses, cubierta por una línea de pelos que le subía desde su pubis a su pecho, deteniéndose docilmente en el ombligo.
Ya solo quedaba una prenda, y habría cumplido.
Con la camiseta cubrío sus genitales y bajó su slip en pequeños giros para mostrar a todos los que hacían circulo alrededor suya su peludo culo. Mientras hacía la proeza con la mano que tapaba su polla entre la camiseta, se la iba masageando.
- ¡La camiseta!, ¡la camiseta!
Nicolás se la quito y se puso con los brazos en cruz, mostrando a los asistentes su verga en erección.
Esta vez el silencio fue general, solo roto por los aplausos de una mujer, corta de vista, y por los sollozos de Dolores, muerta de vergüenza.
Y por si fuera poco, ahora le tocaba correr hasta casa. Se calzó de nuevo los zapatos, la gente le fue haciendo un pasillo para que pasara y comenzo a correr hacia su casa.
Esa noche Dolores no vino a casa, su hija se encerró en su cuarto, salió deprisa por la mañana sin hacer ruído. Nicolás descolgó el teléfono y llamó al abogado de la familia.
- Oye Juan, hize lo que me dijistes, ¿crees que ahora me dará el divorcio?
Al otro lado de la línea, Juan tragó saliva.